Anadie engaño si confirmo que la dimisión del presidente Sánchez no me causará pena alguna. Yo no he querido que fuera presidente, ni estoy de acuerdo con su gestión, ni respaldo sus políticas (por muy generosamente que deba utilizarse este concepto para definir lo que hace), ni me reprimo en criticar (y dolerme por) el continuo entreguismo de parcelas esenciales del Estado a los nacionalismos de hoy (oportunos para su continuidad, pero absolutamente inconvenientes para el futuro del país). He escrito que Sánchez (antes incluso escribía Peter, pero ya no) es malo para el país y para el Partido Socialista, sin saber precisar el orden, pero seguro de que daña a ambos. Esa ha sido y es mi opinión sobre Pedro Sánchez. Si se marcha, no lamentaré su ausencia.

Ello no obsta para que reconozca que la perplejidad de la ciudadanía votante, y ahora expectante, cuando se trata de Sánchez o con Sánchez es de un nivel inédito. La capacidad de Pedro Sánchez para rearmarse y sorprender, sorprender y rearmarse, es altísima y esos dos factores los suele multiplicar para obtener un resultado improbable cuando arranca la operación: sobrevivir. Eso tiene mérito.

Hoy, cuando Sánchez anuncie lo que haya decidido tras el período de reflexión que públicamente abrió la semana pasada, pocas cosas serán iguales. Cabe que dimita, pase Montero interinamente y se abran consultas para que la misma Montero, salvo sorpresas que también cotizan, lidere un gobierno nuevo con los mismos apoyos. Cabe que Sánchez se someta a una cuestión de confianza: el PSOE, abierto en canal, ha dicho clara y tristemente que la adhesión es inquebrantable a su figura (haga lo que haga, pero que lo haga él), sin rubor alguno porque a muchos el reconocimiento de esa adhesión inquebrantable nos traiga un insoportable tufo de estilo franquista (cesarista, acrítico, lamentable) que jamás sospecharíamos en el PSOE; la confianza perseguirá que sus socios se retraten en tres cuartas partes de lo mismo y eso, siendo más o menos posible, que está por ver, Cataluña y Puigdemont mediante, tendrá un precio más alto que el actual. No cabe que convoque elecciones porque aún no puede; sí que lo anuncie en San Pedro mártir, curiosa coincidencia, para cuando el día de San Fernando ya pueda. Cabe que, en esas, si son, sea candidato. Y cabe que no. Y cabe cualquier giro de guion nuevo, inesperado, desconocido, siempre que sea épico, dramático. Sanchista.

El elemento común de todas las alternativas es que ninguna de ellas las pagará Sánchez, sino nosotros. Ese es el drama gordo del paso de Sánchez por la presidencia, acabe hoy o continúe: ninguna decisión calculada en función del interés del país, todo en función de Pedro.

Celebro que Sánchez esté enamorado y lamento que esté herido, pero es irrelevante. Lo relevante es que esta antipolítica narcisista y entregada, la de Sánchez, pase a la irrelevancia y avancemos. Y esto, me temo, no lo sabremos hoy.

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